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Mostrando entradas de octubre, 2018

Historias sencillas de lluvia en cien palabras

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Dos mujeres caminan bajo la lluvia, no quieren mojarse y aprietan el paso, tienen sed de lluvia pero no lo saben. Una chica con paraguas pasea a su perro, el perro se baña, ella solo los dedos que asoman por sus sandalias; no tienen prisa. Vuelven las dos mujeres, ahora comparten un paraguas, idéntico compás, movimiento gemelo. Hombre sin paraguas, manos en los bolsillos, serpentea en el camino. El eucalipto mueve algunas de sus ramas, ríe, la lluvia le hace cosquillas. Truena, y una niña quiere ver el trueno. La lluvia está llena de imposibles, de invisibles y misterios. Escampa. Elena Gromaz

La regla de medir

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Hace unos días surgió la polémica sobre la prohibición que un instituto, por decisión de su Consejo Escolar, había hecho sobre la vestimenta de algunas alumnas que llevaban shorts demasiado cortos para ir a clase. El debate estaba servido y allá donde se publicara la noticia surgían decenas de opiniones sobre el tema y, en su mayoría, o las que yo he tenido ocasión de leer, aplaudían la decisión tomada por este instituto abogando por la importancia de enseñar a las jóvenes cómo hay que vestir en cada ocasión porque, además, se les estaba haciendo un favor, puesto que en un futuro cercano, cuando se presentaran para cubrir un puesto de trabajo no podrían ir de cualquier manera, deberían respetar las reglas establecidas del buen vestir. Y, así, cuanto antes lo aprendieran, mejor. Reconozco lo controvertido del tema y también creo que hay normas acertadamente establecidas tanto en el vestir como en el saber estar. Si vas a una playa nudista y no te quitas la ropa probablemente pensa

Morir hoy

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El tanatorio era tan moderno que al poco de entrar le daban ganas a uno de morirse. Con azulejos vistosos cubriendo las paredes, lámparas que caían del techo sostenidas por finos cables, barras de madera con taburetes para tomar un café o lo que se terciara, cómodos sofás que invitaban al descanso, vitrinas en las que se exponían urnas de última generación y elementos decorativos en rincones estratégicos: una jaula vacía con la puertecilla abierta, cuencos perfectamente dispuestos en una mesa sin comensales, plantas que reposaban sus amplias hojas sobre el suelo… Así que no me extrañó cuando no encontré al difunto, a ninguno de los que podían estar allí, y decidí irme a casa sin preguntar, en pro de la modernidad.