Anécdota


Hace años recibí una nota en mi buzón. Unos días antes había cambiado la decoración de la entrada de mi casa —un macetero de rana por uno de lunares— y parece ser que a un vecino o transeúnte, como él se hacía llamar, no le gustó el cambio. A mí me hizo gracia el atrevimiento por su parte y, como además también opinaba lo mismo que él —el macetero de rana quedaba mejor que el de lunares—, decidí hacer caso a esta sugerencia anónima. Al día siguiente tenía una nueva nota en el buzón, agradeciéndome que hubiera recapacitado y vuelto a colocar a aquella rana que nunca debió abandonar su lugar en la repisa de la entrada. Durante días estuve pensando quién podía ser el autor o autora de la nota e interrogué a algunos vecinos-familiares que negaron rotundamente las acusaciones. Me intrigaba pensar que alguien pudiera malgastar su tiempo en escribir un par de notas sobre la estética de la entrada de mi casa. ¿Quién se preocupa de eso? ¿Quién corta un trozo de hoja de libreta y se sienta a escribir para pedir por el mejor lugar para una rana de piedra? Fue algo extraño, curioso más bien. Después, con el tiempo, preferí no saber su nombre. ¿Para qué? Mejor que se quedará flotando en el aire, en la imaginación, como un final abierto de un relato en el que yo como lectora podía escribir el final como me diera la gana, incluso con diferentes finales según el momento en el que la memoria me hiciera volver a rememorar la anécdota. Como alguna que otra serie que después de haber visto todas las temporadas, y no con programación a la carta cuando puedes disfrutar de varios capítulos en el mismo día o dejar alguno a medias, no, series de la tele, de capítulo por semana y anuncios en despropósito, decido no ver el capítulo final. No me hace falta. Me gustó la historia, me enamoré de los personajes y, entonces, para qué saber cómo termina, para qué ver el final que eligieron los guionistas como el mejor de entre varios. Prefiero ser yo quien invente el mejor final, o el peor, y no quedarme con la decepción de que no haya beso final. Aunque es verdad que se corre el riesgo de perderse finales como el de Las uvas de la ira, perfecto a mi parecer. Bueno, al caso, que al encontrar las notas del transeúnte dobladas entre las hojas de una libreta he pensado que es más emocionante vivir con una sensación de intriga, de misterio, de fantasía, acumulando momentos sin desvelar finales, salvo en contadas ocasiones o si el beso final de verdad merece la pena.



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