Morir hoy
El tanatorio era tan
moderno que al poco de entrar le daban ganas a uno de morirse. Con azulejos
vistosos cubriendo las paredes, lámparas que caían del techo sostenidas por
finos cables, barras de madera con taburetes para tomar un café o lo que se
terciara, cómodos sofás que invitaban al descanso, vitrinas en las que se
exponían urnas de última generación y elementos decorativos en rincones
estratégicos: una jaula vacía con la puertecilla abierta, cuencos perfectamente
dispuestos en una mesa sin comensales, plantas que reposaban sus amplias hojas sobre el
suelo… Así que no me extrañó cuando no encontré al difunto, a ninguno de los
que podían estar allí, y decidí irme a casa sin preguntar, en pro de la
modernidad.
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