Más Principito

 

Él estaba tan contento con su plantita partida en dos, custodiada por sus pequeñas y frías manos. Siempre frías. Principito, ¿qué tienes ahí?, le pregunté. Una planta de aloe vera que he encontrado, dijo sonriente. Es una planta que lo cura todo. Yo miré el tesoro que decía poseer y vi claramente que no era una aloe vera sino una judía y que no curaría ninguno de sus males. No le contradije, pues no quería quitarle la ilusión y la alegría en sus ojos. Pero creo, sinceramente, que poco hubiera importado eso. Su ventura no estaba entre sus dedos.  Sabes, mi padre vuelve hoy a casa, me repitió por cuarta vez en aquel día. Y la frase, en sus finos labios, se convertía en sentencia y el Principito se convertía en más Principito para mí. 



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