Otra forma de mirarnos

 

Flavita Banana


“La mujer opulenta, educada y liberada del Primer Mundo puede disfrutar de libertades que en otros tiempos fueron inaccesibles para las mujeres; sin embargo, no se sienten tan libres como quisieran. Y ya no pueden evitar que esta sensación de falta de libertad emerja a la conciencia como un problema que tiene que ver con asuntos aparentemente frívolos, con cosas que no deberían importar. Muchas se avergüenzan de admitir que preocupaciones tan triviales como la apariencia física, el cuerpo, el rostro, el cabello y la ropa, tienen tanta importancia. Pero a pesar de la vergüenza, el complejo de culpa y la negación, más y más mujeres sospechan que algo más importante está en juego, algo que tiene que ver con la relación entre liberación femenina y belleza femenina”.

Naomi Wolf

 

El viernes pasado una amiga me dijo que mientras comía en un restaurante del pueblo había escuchado como en la mesa de al lado mi nombre se mencionaba entre plato y plato para ser, de alguna manera, despellejado. Y, sí, la mesa de al lado estaba ocupada por unas compañeras de trabajo, personas que parecen desconocer —a pesar de que también son mujeres de pueblo— que aquí todos y todas nos conocemos y que hasta las paredes escuchan. Así, dos días tardó el comentario hasta llegar a mis oídos, y no era nada referente a mi trabajo, sino a mi aspecto y a mi manera de vestir. Los comentarios se habían centrado en mi nuevo corte de pelo, un error para la comentarista según la cual me hacía mucho mayor; y comentarios sobre la ropa que suelo llevar, también poco estilosa o moderna o glamurosa o yo qué sé y que también me hace, según ella, mucho mayor.

Lola Vendetta

No puedo negar que me sorprendí, y aunque intenté disimular delante de mi amiga el bochorno que tenía en ese momento, sabía que me había molestado y, no sólo eso, sentía como una ráfaga de ideas, estereotipos, principios que creía asentados en mí y otros que creía desterrados, se desmoronaban e iniciaban una lucha entre ellos como si se trataran de dos jinetes con armadura, escudo y lanza que se enfrentan en una justa dispuestos a descabalgar al otro y hacerle morder el polvo.  

Porque, claro, yo soy una mujer de cuarenta, que desde el mes de marzo lleva autoconvenciéndose de que la cuarta planta es igual de espaciosa y bonita que la tercera y que, incluso, está mejor amueblada. Porque si de joven no me había preocupado en exceso —solo lo justo y necesario (léase con ironía)— lo que los demás pensaban de mí, no lo iba a hacer ahora. Porque yo, feminista, no puedo permitir que comentarios tan banales me afecten. Porque soy maestra y tengo dos hijas y ambas responsabilidades deben afirmarse en convicciones sólidas que transmitan seguridad... 

Pero la realidad no es exactamente así y todos y todas, en mayor o menor medida, queremos gustar a los demás.

Flavita Banana

El mismo viernes otra amiga que recientemente destinaron laboralmente fuera de su comunidad de residencia, me envió un mensaje que comenzaba diciendo: “Este es el panorama machista que tenemos también en la administración”. Al parecer, después de solicitar una comisión de servicios para regresar a trabajar a su comunidad y alegando que tiene un niño de dos años y por tanto pide la agrupación familiar, lee un mensaje enviado desde la administración a un sindicato, en el que se valora su petición de traslado y exponen: “Para otorgar el informe favorable, nos regimos por la Instrucción SG 4/2017, y de acuerdo con ella, no se podría dar como agrupación familiar por tener un hijo de 2 años, pues en realidad el hijo de 2 años va donde vaya la madre. Agrupación familiar es un motivo que se puede alegar cuando el cónyuge tiene un cambio de destino de su puesto de trabajo sobrevenido o situaciones similares”.

Es decir, que lo normal, lo normativo, lo correcto o bien visto, es que un hijo o hija vaya siempre con la madre, y solo el padre puede solicitar una agrupación familiar porque solo él como hombre puede estar trabajando en otra comunidad lejos de su descendencia. Esto se escribe y se lee en 2021.

Mi amiga no se quedará callada y hará lo que esté en su mano para resolver su situación, pero no olvidará el mensaje machista que le recuerda que, de alguna manera, ha abandonado a su hijo (que está con el padre) y se sentirá juzgada y se cuestionará si su decisión de marchase temporalmente por trabajo lejos de su hijo ha sido correcta o si está dentro de esa mayoría de mujeres que por una u otra razón se sienten malasmadres.  

Por mi parte, mañana, tendré unas palabras con la comentarista de moda y lo haré después de un fin de semana de reflexión, de charla con mis amigas, porque al final todo se reduce también a ese círculo cercano, el que te comprende y te quiere, el de la amistad. Y yo puedo permitirme "estos lujos", pero ¿puede también la chica de veinte años a la que se la juzga constantemente por su aspecto físico? Y voy más allá ¿puede la niña de siete? La niña de siete años que empieza a cuestionarse si come demasiado, si su cuerpo es como tiene que ser, como ve en la televisión o en las redes sociales o como oye a otros, que se mira en el espejo preguntándose si su aspecto gusta a los demás. Preguntas y consideraciones muy necesarias en todos los ámbitos, pero todavía más desde el educativo, porque sin estas reflexiones por parte de los adultos de nada sirven las campañas, las charlas, las canciones o los dibujos pintados de violeta.

Lola Vendetta

Dice Naomi Wolf en El mito de la belleza: “Para librarnos del peso muerto que una vez más se ha hecho de la femineidad, lo primero que necesitamos las mujeres, no son ni votos ni manifestantes ni pancartas sino una nueva forma de ver”.

Lanzo un deseo —quizás también demasiado banal— para el 25 de noviembre, día contra la violencia de género, y todos los ochosdemarzo: una nueva forma de ver, una nueva forma de mirarnos y de tratarnos.

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