Aire de lluvia
Cuando las últimas gotas
de lluvia caen, ella sube a la terraza, en un acto que se ha convertido en una
especie de ritual inconsciente, a la vez que en una profunda necesidad. Refugio alado, como a ella le gusta llamarlo, es el
único lugar en el que puede respirar de verdad, sentir el pecho hinchado de aire fresco envuelto en lluvia, sentir que está
viva y que controla cada poro, cada pensamiento, cada movimiento de su cuerpo.
Allí, en la terraza, es ella.
Cuando vuelve a su trabajo en el mostrador de entrada de la biblioteca, mira alrededor con cautela para comprobar si ha sido descubierta en su andanza, en ese momento de placer íntimo, de libertad. No quiere que los personajes envidiosos, que permanecen encerrados entre las páginas de los libros, deseen acompañarla, deshabitando las estanterías y creando el caos, pretendiendo compartir con ella ese aire de lluvia, tan suyo.
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