Aire de lluvia

 

Cuando las últimas gotas de lluvia caen, ella sube a la terraza, en un acto que se ha convertido en una especie de ritual inconsciente, a la vez que en una profunda necesidad. Refugio alado, como a ella le gusta llamarlo, es el único lugar en el que puede respirar de verdad, sentir el pecho hinchado de aire fresco envuelto en lluvia, sentir que está viva y que controla cada poro, cada pensamiento, cada movimiento de su cuerpo. Allí, en la terraza, es ella.

La lluvia en los tejados simula espejos, en los que las nubes perezosas que se resisten a marchar y, en ocasiones, un arcoíris, se ven reflejados. Las tejas, casi todas en la gama de los rojizos y los ocres, aparecen ante sus ojos como cosecha empapada en un campo de ladrillos. Le gusta imaginar qué estarán haciendo los habitantes de las casas que contempla, qué historias se guardan entre sus paredes; secretos que seguirán palpitando en la atmósfera interior de cada vivienda mientras que ésta se mantenga en pie.

Cuando vuelve a su trabajo en el mostrador de entrada de la biblioteca, mira alrededor con cautela para comprobar si ha sido descubierta en su andanza, en ese momento de placer íntimo, de libertad. No quiere que los personajes envidiosos, que permanecen encerrados entre las páginas de los libros, deseen acompañarla, deshabitando las estanterías y creando el caos, pretendiendo compartir con ella ese aire de lluvia, tan suyo. 


 

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