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Mostrando entradas de 2016

Sinestesia

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Maire Kalkowski Ayer tuve un pensamiento y era verde, verde y grande. También era dulce, tremendamente dulce, como esa fruta que sueñas con morder cuando tienes sed. Era un pensamiento verde y fresco, joven y mojado en gotas de la mañana semejantes a las que al despertar cubren mi tejado. Era un pensamiento verde en una tarde verde. Y mientras me recreaba en mi pensamiento verde llegaste tú. Tú con tu chaqueta roja, tu sonrisa roja, tu aspecto rojo. Como quien sacude las migas de un mantel así lanzabas palabras y más palabras al aire… y todas eran rojas. Y con tu ímpetu y tus palabras rojas casi me hiciste abandonar mi pensamiento verde. Entonces te miré con desdén y levanté una ceja y apreté los labios, enviándote continuas señales para que no siguieras invadiendo mi pensamiento verde con ese color que sólo alguien rojo como tú podía tener. 

Consuelo

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Esther Gili Su letra era un caminito de hormigas azules que jugaban a salirse del papel. Una de ellas, una z aventurera, dio un brinco y se colgó de un mechón de su pelo y enroscándose en aquella selva enmarañada, después de un suspiro, se durmió.

Ciudad esférica

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Maire Kalkowski Era una ciudad distinta a cualquier otra. Una ciudad encantada, dijo el viajero. Paseó por sus calles azules repletas de brisa, con balcones a los que se asomaban las abuelas a recitar antiguas canciones. Y corrió como niño por las aceras empedradas tan solo por escuchar el eco de sus zapatos, desgastados del camino. Telas blancas danzaban en las terrazas siguiendo el ritmo marcado por un viento caprichoso. Descubrió que la montaña, que guardaba celosa los secretos más íntimos de sus habitantes, lo observaba expectante controlando sus movimientos. Y al llegar al río, el agua se arremolinó en sus tobillos haciéndole cosquillas y refrescando sus pies cansados de peregrino. Y quiso hacer suya esa ciudad y deseó no irse jamás de allí. Y así quedó atrapado en aquel paisaje esférico que, de vez en cuando, giraba caprichosamente cubriendo con copos de nieve los tejados de las casas.

La zona latente

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¿Qué hacía yo en aquel lugar inhóspito? ¿Por qué había despertado en semejante paraje? No tenía ni idea de donde me encontraba ni como había llegado hasta allí; una espesa nieve cubría el paisaje de árboles de copas altas, impertérritos y agónicos. No recordaba nada del día anterior ni, puesto a pensar, nada de mi pasado, de quién era ni de qué vida tenía antes de abrir los ojos. Una sensación de ahogo me inundó el pecho y el miedo me congeló los músculos, incapaces de realizar movimiento alguno. Pasados unos minutos conseguí articular algunos pasos y alcancé a ver a lo lejos una noria abandonada, paralizada, con sus sillones amarillos y desvencijados. Alrededor se esparcían los coches de un parque de atracciones, destrozados, abandonados. Naturaleza muerta en una escena que parecía estancada en algún recuerdo de un pasado catastrófico y olvidado. Entonces los vi. Una manada de lobos se acercaba sigilosa, sin querer romper con su marcha la atmósfera silente del entorno. Eran los p

Maestro

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Las sendas sinuosas se despidieron de ti y también los caminos rocosos y los llanos, los frondosos y los yermos, los valles y las serranías. Las hojas de los árboles, como aretes de encajes, silbaron una última melodía, un último canto que acompañaba al caminante, al peregrino en su despedida. El viento acurrucó a las nubes y los moradores de los bosques, reales e imaginarios como las musas que a veces te visitaban, susurraron las canciones de la Tierra. El aroma de los montes, a pino, a tomillo y a romero, a tierra firme, se mezcló en sinfonía con el tul de la niebla y con las gotas de rocío, como escoltas del guerrero que termina la contienda. El río sigue su curso, la montaña resiste el envite del tiempo, la luna se muda en su manto siguiendo su ciclo, el camino se dibuja con otros pasos, con otras vidas. Y entre todas esas huellas, las tuyas: las de un guerrero, un caminante, un maestro.

La ranita cantora

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Era una ranita hermosa, con chaqueta de tweed rosa, que croaba con la luna sin vergüenza ninguna. Con sus cantos despertaba al abuelo de la cama, a la niña de su cuna y en la iglesia al señor cura. Una tarde, ya cansada de reproches y miradas, agarró bien su maleta y partió en su camioneta. Y a modo de despedida, a todos los de la villa, dejó escrita una cartita: "Esto avisa la ranita". Escucharéis la campana y el petardo con su traca, al gallo, al gato, a la pava. Oiréis el carro que limpia carril, acera y fachada y al afilador que afila cuchillo, tijera y navaja. Croac, croac, croac dice la ranita, croac, croac, croac ¡buen viaje, amiguita!

Las cuatro menos cuarto en San Miguel

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(Dicen que a cada tonto le da por una cosa y esto, parece ser, es lo que me toca. Es poesía de risa, espero así se entienda, para pasar el rato de este fresco verano. Si hay quien se diera por persona ofendida no me niegue el saludo, le pido disculpas,  los versos le borro.  Aunque más que molestar por palabras ofensivas, debería fastidiar por ser pésima poesía.) El reloj de la iglesia se ha parado justamente a las cuatro menos cuarto y así es que la siesta se ha instalado, estable, en este pueblo respetable. Los vecinos, ante esta situación, en el paseo se han organizado -los pocos que despiertos han quedado- y en breve tiempo a la acción han pasado: El primero en encontrar debe ser el santo padre, las beatas comunican que el párroco está de viaje. Siguiente en importancia es quien rige la alcaldía, el cabildo ha declarado que salió de cacería. Por contraposición, llaman a la oposición y no se ponen de acuerdo en quién es el la

Soneto para Ella

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Tú, como la higuera fuerte y guardiana de sus frutos, grácil el movimiento de sus ramas que danzan con el viento y de besos los recubre temprana. En tus brazos se duerme la mañana y hasta el pájaro altivo escucha atento tu dulce nana, como encantamiento, al resol de tu mirada gitana. Un susurro de brisa en la mejilla, la caricia de una onda de tu pelo y tu olor de azahar y campanilla. Y en la noche, la luna tiene celo de tu vientre formado como arcilla, de tu risa arropada en mi pañuelo.

Lluvia

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Nos han quitado hasta la lluvia, nula, usada, desahuciada, ya no acaricia a los amantes, ya no resbala por las calles, ya no da vida al limonero, ya no atempera mi aguadero. Nos han quitado hasta la lluvia, agotada, anciana, vendida no sé si por golpe de puño o a nubes desaparecidas, no sé si es pago de tributo o por algunos prostituida. Lluvia llamada, deseada, alma amiga, viva, perdida quedarás en la poesía, silenciosa, quieta tristeza del codicioso y vil poeta que te guardó en una libreta.

El famoso huevo

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Existen personajes que nos inquietan, que nos transmiten un sentimiento de rechazo o quizás de incomprensión por no formar parte de nuestra cultura. Son personajes con los que no hemos crecido, de los que no sabemos nada, si vienen de un cuento, de un dibujo de la televisión o si son producto de las historias transmitidas de boca en boca por abuelitas. No sabemos identificar a simple vista si son buenos o malos (importantísimo en cualquier cuento), simpáticos o detestables, si logran hacer cosas importantes o son simples segundones en la historia. Pero llega un día en el que este personaje se cuela en casa e intentas buscar en un rincón de tu memoria cualquier dato que te haga reconocerlo y ponerle nombre. Para mí este es el caso de Humpty Dumpty, un señor huevo con traje, zapatos y aire elegante, en algunos casos incluso con pajarita o corbata, cinturón, sombrero y tal vez hasta sosteniendo un puro… pero ¡sin dejar de ser un huevo! Este personaje, como he dicho llamado Humpty

Narciso

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Vivía profundamente enamorado. Contemplaba diariamente la figura a la que idolatraba, la esbeltez de su cuerpo, las facciones perfectas de su cara, los movimientos armoniosos de sus pasos. Día tras día su pasión iba convirtiéndose en una peligrosa obsesión. En cada rincón la encontraba y necesariamente tenía que detenerse y observar con mirada entusiasta aquella excelsa silueta. Fuera de su casa seguía provocando el encuentro con ella, en cada espacio, en una tienda, en un restaurante, en un servicio público... Cualquier lugar era perfecto para él.  El tiempo fue pasando y su obsesión fue aumentando aún a pesar de que era consciente que sus pretensiones más íntimas  nunca serían satisfechas. Decidió tomar una determinación y acabar con aquella esclavitud. No sería fácil. Lo sabía. Tomó la primera decisión que marcaría el comienzo de su curación: se deshizo de todos los espejos que tenía en casa. 

Apetito

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Él escribió un poema para ella: —Veo animales en tu mirada ­—le recitó en el tercer verso. Ella no esperó al final y lo devoró a besos. 

Descanso

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Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar y no me dejes descansando eternamente en una aburrida urna sobre el mueble de la televisión - pidió la vieja al viejo. Cuando unos meses después la vieja murió, el viejo alegó un inicio de olvido debido a su avanzada edad,  y colocando un bonito florero en el salón pasaba día y noche viendo partidos de fútbol mientras se asía con firmeza al mando del televisor. 

Acariciando las nubes en un día de primavera

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Maire Kalkowski Descanso acostada en la hierba, aunque más que descansar podría decirse que admiro con los ojos cerrados la vida que se respira alrededor. La hierba está fresca y limpia, parece una alfombra recién lavada y acomodada especialmente para mí. Estiro los brazos y entre los dedos acaricio las finas hojas, están húmedas, adornadas de rocío. Escucho el río a mi izquierda y su caudal me recuerda a niños que corren apresurados entre juegos y canciones, entre risas y emociones. Es agua inocente que brota y escapa ligera en un lecho de  piedras, algas y arena. Mis párpados dormidos atrapan los rayos del sol, alimentándose del calor de la mañana y mi cuerpo se recarga como mecanismo conectado a la electricidad. Abro los ojos y las nubes me saludan bailando al compás de una música desconocida. Encuentro en sus formas figuras mágicas y las acaricio como si las creara con un imaginario pincel.  Mi vientre se agita. En breve nacerá la primavera. 

El principito que veía un hipopótamo

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Cuando trabajas con niños puedes vivir anécdotas todos los días y si te sensibilizas con su particular manera de ver las cosas, entonces, cada día puedes descubrir algo nuevo. En el aula los niños aprenden del maestro y el maestro, si se deja llevar, aprende mucho más. Toca control de ciencias naturales, una ficha con actividades que resume el tema trabajado, es decir, el examen que se llamará más adelante. La clase se mantiene silenciosa, todos se afanan en hacerlo bien. Uno de mis alumnos se acerca a mi mesa con una duda sobre el primer ejercicio cuyo enunciado dice: “Colorea los seres vivos de este ecosistema.” Seguidamente se presenta el dibujo de un paisaje. —Seño, ¿qué es lo que está debajo del sapo? —me dice el niño. Yo, miro la hoja. Está más que claro que el sapo descansa encima de una roca. —Pienso que como te aburres vienes a mi mesa para darte un paseo porque no creo que haya duda sobre lo que está debajo del sapo. Tenemos los mismos ojos así que creo que es

El valor de las palabras

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Al salir del trabajo comparto acera con dos jovencitas de alrededor de 14 años y otra más pequeña, a la que acaban de recoger del colegio, de unos diez. Al acercar mis pasos a ellas escucho su conversación. ¿Dónde se habrá metido esa guarra? —dice la más alta. Yo alzo las cejas y cambio la expresión de mi cara. ¡Vaya boca! —pienso. A continuación la niña de diez años gasta una broma a la más alta que la hace tropezar, así que ésta le lanza un ¡gilipollas! a la más pequeña y la más pequeña ni corta ni perezosa le atiza con un ¡te jodes! En ese instante aparece la guarra que con aires de comerse el mundo les dice a sus amigas: ¿Sabéis a quién coño me he encontrado? ¡Al hijo puta! La amiga más baja no recuerdo si intervino en esta conversación tan elocuente así que la dejaré en un segundo plano más que agradecido. Guarra, gilipollas, jodes, coño, puta. En una conversación de diecinueve palabras, y dejando a un lado a los verbos que dentro de la oración son los que parten la pana, des

Día de las mujeres

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Yo no quiero ser mujer princesa o no quiero serlo siempre ni tener esa aspiración ni esa cuna real, quiero ser princesa a veces, cuando me apetezca lucir lazos, vestido pomposo y delicadeza de pastel. No necesito que me recuerden que una señorita no debe decir estas o aquellas cosas porque no sé qué es ser una señorita. Sé lo que soy yo, nada más. Quiero jugar hoy con muñecas y mañana quizás ya no. Yo no quiero ser mujer mamá o no quiero ser mujer por el hecho de poder parir hijos. Si no pudiera o si no quisiera tenerlos sería la misma cantidad de mujer al mirarme al espejo. Y como mamá no quiero ser juzgada por mi madre, por mi suegra, por la vecina, por la dependienta de la frutería… No quiero tener que justificarme ni tener que explicar, en reunión familiar, las decisiones que tomo en relación a mis hijos. No quiero sentirme mal por no saber la cantidad de puerro que hay que poner en los potitos de mi hija. Y que cuando alguien descubre que es él el que prepara la comida de