Acariciando las nubes en un día de primavera

Maire Kalkowski

Descanso acostada en la hierba, aunque más que descansar podría decirse que admiro con los ojos cerrados la vida que se respira alrededor. La hierba está fresca y limpia, parece una alfombra recién lavada y acomodada especialmente para mí. Estiro los brazos y entre los dedos acaricio las finas hojas, están húmedas, adornadas de rocío. Escucho el río a mi izquierda y su caudal me recuerda a niños que corren apresurados entre juegos y canciones, entre risas y emociones. Es agua inocente que brota y escapa ligera en un lecho de  piedras, algas y arena. Mis párpados dormidos atrapan los rayos del sol, alimentándose del calor de la mañana y mi cuerpo se recarga como mecanismo conectado a la electricidad. Abro los ojos y las nubes me saludan bailando al compás de una música desconocida. Encuentro en sus formas figuras mágicas y las acaricio como si las creara con un imaginario pincel. Mi vientre se agita. En breve nacerá la primavera. 


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